La vi de lejos, estaba sentada esperándome en las escalinatas que subían hasta el interior de la universidad, allí donde quedamos de vernos. Traté de ocultar los nervios restregándome las palmas de las manos en el pantalón: lo logré a medias. Ah, me gustaba tanto…, verla desde mi posición era la visión perfecta: aquí, en la no-correspondencia del amor, el amor puro. Dudé en acercarme, la táctica fácil de llegar y saludarla de forma segura: sonrisa, beso en la mejilla, palabras y más palabras soltadas a suerte de que en el rostro de ella se esbozara un gesto de alivio. Después, empezar con el arte de conocernos. Sin embargo, seguí del otro lado de la calle, con el anhelo negado por el miedo a lo desconocido; incógnita donde radica mi soledad. Al poco rato la vi impacientarse, miró dos y tres veces su reloj, su cabeza de izquierda a derecha en un acto imposible por encontrarme. Ella sabía mi nombre, conocía mi voz y nada más; yo, seguía mirándola en una acción con la cual podría ...