En el hastío por
sentirme tan humano, intento dejar de serlo: me imagino tan animal, en la
completa irracionalidad, dejándome al amparo del instinto y el complejo y
astuto deseo. Guardo a Platón para otro día, con ello busco poder ser lo que
quiero y ¡¿cuándo seré lo que quiero?! Me pregunto al dejarme seducir por
tantas manos de féminas convulsas en busca de esa verdadera bestia que ya soy.
La voz transmuta en rugido, mis colmillos afilados salivan lascivia y las
leonas se lanzan a mi cuello mordiéndome en ese jugueteo primigenio de lo
salvaje, y entonces, inundado en pecados me devoran todo; sin dejar más que esa
sonrisa placentera: el anhelado nirvana.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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