Y fue un malentendido,
una suerte de confusiones que llevaron a eso.
Me dijo y dije y
después el otro dijo pero de todo lo que se habló esa noche no se hizo una
palabra. Todo era una bola de estambre con sabor a símbolos. Recuerdo
perfectamente que lo que yo decía era totalmente cierto; las palabras que
salían en mi defensa cargaban con su verdadero significado. Diré que aquellos
pensaban lo mismo, creían decir verdades, y digo “creían” porque en ese lugar
solo cabía una verdad para el tema que nos competía, tema que por cierto he
olvidado.
Entrada la noche, las
palabras dejaron de ser teóricas; ahí fue cuando le di el tiro al más necio; al
otro, un hombre regordete, trastabillando, se levantó de la silla y quiso tomar
su arma, pero ya una de mis balas se alojaba en su cabeza.
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