Te escribo por
necesidad. Para evitar el penoso suicidio avivado cada cuando al echar partes
de olvido. Si pudieses ver cómo se alzan los cabellos del diablo. Tomé un poco
de café, no para evitar dormir, pues soy amigo del insomnio, sino para sentir
que puedo escribirte esta carta. Me embalsamo en alma de cigarrillo mientras
escribo con esta temblorosa mano; la tinta se corre y las letras parecen no ser
lo que deberían ser.
Ayer el perro por fin
decidió irse de casa, ni adiós dijo, solo partió, posiblemente con la coqueta perra
del vecino: vaya amantes. Quisiera poder hacer lo mismo, pero ¿con quién me
iría?
¿Vendrás? ¿Algún día te
tendré?
¿Qué esperarías qué
hiciera para poder transformarte en la que espero? Lo siento, prometí no volver
a presionarte. Pero apiádate de este que escribe.
Hace frío, este
invierno se presenta con altas notas.
Compré un abrigo la última vez que salí, hace cien años, ya sé que puede
parecer de risa que un abrigo pueda durar tanto, pero espero me creas, porque
es cierto; no acostumbro mentirle a nadie, más que a mí.
Es hora de irme.
Esperaré tu llegada,
pero debes saber que te escribiré tan pronto vea que no vienes.
P.D. Espero ansioso el
día en el que pueda ponerte nombre y sepa entonces a dónde mandar todas las
cartas.
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