Ese día él quiso ser silla
de madera, un poco vieja, medio amarillenta; su respaldo tenia una curvatura
que la hacia diferente a las demás. Le era difícil moverse, además del hecho de
que al hacerlo sus maderos en fricción con el piso provocaban un rechinido que
lastimaba sus oídos de silla. Así pasó todo el día, con la puerta de su casa
abierta, con la avenida llena de corredores que participaban en la maratón del
pueblo, pero el hombre se entristeció al ver que a ningún cansado pudo ayudar .
Al otro día se asomó por la ventana y se dio cuenta que el festival del día del
pastel era por la tarde así que decidió ser mesa, pensaba que si se colocaba a
la entrada de la puerta, podría ser de utilidad, pero el festival transcurrió
con normalidad y él de nueva cuenta no fue de utilidad. Pasaron meses de
transformaciones. Pasó de ser silla a mesa, de mesa a buró, de buró a armario,
de armario a reloj de pared, de reloj de pared a lámpara; después intentó ser
una pieza completa y fue sala, recámara y hasta cocina integral, pero de nada
sirvió porque nadie se enteró: no fue de utilidad.
Un buen día el hombre dijo
estar harto de no poder ser útil para la gente de su pueblo, dejo de ser cosa y decidió ser él.
Temeroso salió de su
casa de la que no había salido nunca y por primera vez logró escuchar los
sonidos del pueblo: voces, llantos, risas, alegrías, tristezas, gritos, burlas,
enojos… Entonces habló y la gente que iba pasando por la acera se volvió para
saber de dónde provenía esa voz.
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