Cuando Pedro despertó
se vio flotando en su penitencia: voces, gritos, llantos, dedos apuntando hacia
a él, miradas que se aferran a la de Pedro para que haga caso del que se
llevan. Al fondo, de espaldas a él, un hombre siendo arrastrado por dos guardias
envueltos en la incredulidad, mientras la multitud se vuelve hacia Pedro, éste,
asustado, empuja hombro con hombro, lucha por salir de entre la multitud y ve
venir a un guardia con su lanza al frente que le dice: “¿conoces a ese hombre?
–al tiempo que señalaba ese último rastro quedado que eran los pies del
capturado-, ¿eres uno de sus seguidores?”-Todo se desvaneció frente a él, el
velo onírico cayó y se fugó de él-. ¡No! ¡No lo conozco!, ¡No sé quién es!,
dijo Pedro ya sin escenario, en la infinita nada.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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