-¿Puedo acompañarlo?
-Si usted gusta…
Ella llevaba tiempo
mirándolo, desde la barra, cuidando cada movimiento de ese hombre. La mano a la
frente como queriendo secar el sudor, luego bajaba a la barbilla y reposaba
ésta sobre su mano; ligeramente encorvado, con el pelo un tanto descuidado pero
sin llegar a agredir la vista; permanecía mudo, ni una palabra en una hora, de
cuando en cuando descansaba la espalda en el respaldo de la silla, pero sin
levantar la mirada. De lejos parecía tan enigmático y solo, como si escondiese
algo, reflejo tal vez, de lo que ella misma oculta tras cada trago de coñac.
Lo pensó mucho para
acercarse; él no terminaba de beberse su trago, sus ojos derramados sobre la
ovalada mesa, ni un vistazo a su alrededor, ni un asomo, ni un leve sentido de
curiosidad le despertaba ese lugar.
-¿Qué está tomando,
señor…?-ella esperaba que él completara la frase con su nombre.
-Pedí, whisky, y
trajeron brandy, en fin, cosas que pasan, no importa, en verdad no importa.
La dama llamó al mesero
y pidió lo mismo que el caballero.
-¿Es de por aquí?-preguntó
ella.
-Ya no lo sé.
-¿Le interesa saber mi
nombre…?-ella insistía en romper la primera barrera, quebrar la sombra enigmática.
-Me interesa, señorita,
pero no ahora, discúlpeme.
Él seguía rebotando en
la mesa del bar, acallando las voces, el chasquido de las copas, el saxofonista
haciendo de cupido con su jazz seductor, mas él todo lo silenciaba para sí
mismo; pero veía las zapatillas rojas de tacón alto de la mujer que lo
acompañaba, seguía sus pantorrillas, muslos, hasta llegar a su cintura, entonces
no le interesaba ir más allá, no tenía caso.
Ella lo miraba, y él
sentía esa mirada de mujer tratando de resolverlo en una sola pasada; sintiendo
las llaves que ella prueba en la cerradura de su coraza para ver si alguna de éstas
puede abrirlo, pero él sólo se deja, solamente quiere dejarse pero no
entregarse completamente.
-De jazz entiendo muy
poco, ¿y usted?
-No tanto.
-Quiero decir, me
encanta para este tipo de noches; enlazan, juntan a desconocidos con ganas de
conocerse, ¿no le parece?
Ella fuma y entre la
bruma dispara la seducción en forma de mirada, para tocarlo y con ello lograr
que él levante la vista y haga contacto con los ojos azulados de ella. La mujer
se inclina un poco, recargándose sobre la pequeña mesa y modula la voz para quedar
en un tono bajo, para que ésta acompañe a la trompeta de fondo y entonces sus
palabras sean caricias que le rocen a ese hombre las mejillas, que aparten
delicadamente el mechón de cabello que cae y que queda colgando.
-No diga nada si no
quiere, no me mire si no lo desea, no tiene que hacerlo; pero déjeme hacerle
compañía, estar más cerca, cada vez más cerca, para apartarle esa tristeza que ya
grita por todos sus poros.
Él no dice nada, pero la
remembranza de su amada Carmen se aferra a su garganta y le hace difícil la
tarea de tragar saliva; aprieta los puños,
quiere decir algo pero no lo dice, se traga su historia, no comparte, no
quiere exhibirse ante ella, que le dice al oído todo lo que necesita oír para
aminorar su desdicha. Siente el calor de la dama en su oreja, esa calidez que
hubo perdido la mujer que ama y no está, no estará más, se ha ido…, sin él,
pero sí con otro, con una sola explicación lo dejó malherido: “así son las
cosas, dejé de amarte, me voy, no me busques, no quiero tener problemas con
él”. “Él”, “él” ese otro hombre sin nombre, desconocido, no para ella y que
logró ver desde la ventana, cuando se iba con la mujer que le daba diaria vida;
ahora sus días estaban contados.
-En verdad-la voz
apenas se escurría por una rendija dejada en sus labios-, está hablándole a un
muerto.
-Permítame devolverle
la vida entonces, con lo poco que me queda de la mía y tal vez, podríamos
salvarnos.
Los labios de ella
rozaron los del moribundo, buscando señales de vida, una reacción, por eso los
labios no terminan por expresarse, están precavidos, apenas tocando los de él,
y le hablan…
-Béseme… se lo ruego,
béseme-quiere soltar la tristeza que carga por los ojos, y casi no puede
contenerse ya.
Él respondió
contestando a esos labios con un beso humanitario después de sentir aquella
petición como un grito de ayuda pedido desde el alma.
Por la mejilla de ella
resbaló en un descuido una lágrima, mientras con los besos se decían todo,
deshojaban los cuadernillos que contenían sus vidas, historias, las penas que
los embargaban, y por eso no dejaban de besarse, había tanto por contarse que
después vinieron las caricias de ella al rostro de él y viceversa. Ahí, Eleonor
no pudo más y soltó entre los besos desdichadas palabras: “se fue con otra,
ayer, me abandonó”; él ya no estaba ahí con esa mujer, sino con Carmen y le
dice “te amo, te amo” mientras el saxofón seguía dibujando a la pareja en aquel rincón del bar
de la calle Louis.
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