Por la calle camino, con el pelo medio largo,
peinado por las manos de la almohada y sigo. Veo a lo lejos la librería, ahí
está, es bueno recordar donde deja uno las cosas, después del inevitable
autoencierro cronopio. Pregunto al encargado en dónde está su sección de
Literatura Latinoamericana, pero él me dice que no hay tal, que en su librería
todo está revuelto, suelto un “ah” y voy tentando los lomos de los libros.
Niego a cada tentada…, en eso, encuentro a un autor cronopio: Daniel Sada; de
inmediato lo llevo conmigo, pero la sed aún no se quita y sigo. Tropiezo con
una columna de libros que hacían de atalayas antes de llegar a la parte
posterior de la librería. Después de la dificultosa tarea de encontrar a otro
autor cronopio latinoamericano, fui a pagar a la caja, feliz, y salí de entre
los olores a tinta, papel y viejo. Cuando estuve a punto de marcharme de allí,
vi a dos famas que venían directo hacía la entrada de la librería, pero justo
cuando iban a dar el primer paso dentro de la misma, se detuvieron en seco.
-¡No puede ser! ¡Qué desorden!
-Vámonos de inmediato… Nos tomará todo el día
encontrar algo que valga la pena.
Y sacudiéndose los trajes, los famas dieron media
vuelta y desaparecieron.
Yo regresaría a casa saboreando el par de libros que
llevo en una bolsa colgando de mi mano, pensando en qué hacer para conseguir
dinero suficiente y seguir alimentándome.
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