La violencia en nuestro
país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en
conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad.
La historia de México
se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta
nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No
debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser
una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de
vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues
ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus
propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los
nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras
libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está
razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que
saber serlo.
Es palpable la
violencia dantesca que estamos sufriendo en prácticamente todo el país, duele.
La pérdida de valores, educación, el regreso al pasado bárbaro, en el que la
lucha por defender territorios y obtener nuevos, se convertían en campos de
batalla en los que las partes de los cuerpos de los enemigos eran regados por
doquier, y en muchos casos terminaban devorando, literalmente, a los caídos.
Eso ya se vivió en el México antiguo.
Desafortunadamente, el pasado violento de nuestros moceada nación
renace, pero no en lo natural, no en el reacomodo de ideas, formas, costumbres,
usos, creencias, dioses, como en nuestros ancestros sino en la ambición por lo
material. En la antigüedad los guiaba una fe a lo sobrenatural, hoy, es por lo
material. La cosificación es lo que distingue a nuestra época, y en ésta el
alma deja de existir para ser suplantada por sólo materia. En la materia el
sentimiento se desvanece y en el sentimiento quedan los valores humanos. Con la
pérdida de los valores humanos se pierde la humanidad. Y se hace imposible darse
cuenta de lo bueno y lo malo. En lo material no hay cosa buena o mala,
simplemente es y está: como los violentos, los delincuentes que mantienen al
país en este estado inestable.
Al perder toda
condición humana, aunque el cuerpo engañe la vista, se entiende el porqué de su
violencia. Lamentablemente, pedir que estos dejen de ser lo que son, es
imposible, pues el razonamiento es digno de los libres, de los bien nacidos, de
aquellos que ven por la estabilidad familiar y social, y ellos, los
delincuentes, no lo son: son victimas de sí mismos, son presos de sus vicios,
obsesiones, miedos y ambiciones. Lo cual les produce una eterna insatisfacción,
el vacío profundo de la nada, lo que causa la ira, el enojo, la rabia, el odio
que expresan en los cuerpos de sus victimas. Hay un complejo trastorno
emocional en ellos que los lleva a la constante y perenne contradicción. Viven
en la eterna búsqueda por encontrar eso que han perdido: el alma. Pero en el
objeto, en lo material, no existe el alma. Por ello la verdadera muerte les
espera, pues ésta es la eterna imperfección, porque en ella no hay causa. El no
ser es su destino. La pérdida de sí mismos.
Muy a pesar nuestro, lo
que vivimos no se ha originado de un día para otro, es la progresiva
degradación del ser humano que se ha venido dando desde hace muchos años: es un
proceso involutivo. Lo que vivimos es la causa del efecto de lo que no se hizo,
lo que se dejo de hacer, lo que se dejo de lado. Para encontrar la respuesta al
por qué hemos llegado hasta donde estamos, debemos preguntárselo a nuestros
padres y abuelos. ¿Qué hicieron mal? ¿En qué fallaron? ¿Por qué se dedicaron a
sobrevivir y no a vivir en la mayoría de los casos? Aunque yo empezaría por lo
que me parece la pieza angular de nuestro problema social: la vocación. Para
qué nacimos, cuál es el propósito de nuestra vida y en qué podemos contribuir
para el progreso evolutivo de nuestra sociedad. Porque es claro que muchos de
nuestros padres, tíos, abuelos nunca encontraron su vocación o si la vieron,
nunca intentaron arrojarse sobre ella y perdieron la oportunidad de hacer lo
que verdaderamente los llena, los hace felices, les gusta que es esto en
realidad: la libertad.
Vivimos en una sociedad
que espera se le dé todo, que se le ofrezca las respuestas claras y verdaderas
a todas nuestras interrogantes, y esto nos hace dependientes, ¿de quién?, del
gobierno. Hacemos del gobierno a un padre y esperamos que como padre que es nos
lleve por el buen camino y desarrolle nuestras capacidades, mas el gobierno se
ve imposibilitado de ofrecernos esa vida que queremos porque éste es sólo un
simple administrador y de valores y educación nada sabe. Al ver que el gobierno
es un padre fallido, la tristeza nos embarga y nos sentimos desamparados. La
culpa aparece y el enojo crece en contra suya pues estamos así de “jodidos” por
su culpa, y reiniciamos la búsqueda de ese padre que sí logre satisfacer
nuestras necesidades: es lo que se busca al votar en las elecciones
presidenciales. Esto es nuestro error más grande como sociedad: el creer en el
estado paternalista. Debemos entender que el desarrollo individual moral, físico
y nuestro desarrollo profesional, depende únicamente de nosotros: la lucha es
individual para llegar a ser colectiva.
Hay que comenzar a vivir,
a saber vivir en libertad. Aprender a utilizar las herramientas que ésta nos
ofrece; solamente así lograremos un estado individual de satisfacción, porque
una vez entendido esto, tendremos clara visión de qué es lo que queremos hacer
con nuestra vida, para qué nacimos y cómo podemos desarrollarnos. Encontrar la
vocación es fundamental para hallar la plenitud de satisfacción personal y en
esta encontraremos la felicidad que no es otra cosa más que la tan anhelada
paz. Sin esto no la encontraremos como no la hemos encontrado como país. Somos
una sociedad que no ha localizado su vocación o que no ha querido luchar para
desarrollarla; una sociedad que encuentra en los costumbrismos, la monotonía,
la rutina su estado ideal, el eufemismo del sufrimiento, para poder sobrellevar
esta vida. Y esto último es el daño más grande que le hemos hecho al país: el
no hacer nada. Los que ejercen la violencia al día de hoy son producto de
nuestra sociedad, son el desecho orgánico de soslayar los problemas en
distintas épocas de nuestra corta historia. Es el no saber nuestros orígenes,
ni el origen de nuestras luchas internas y externas.
A nosotros, los
escritores jóvenes y no tan jóvenes nos toca levantar la voz, crear obras que
despierten al país. Nuestra escritura debe comprometerse con la sociedad. De
nada le sirve a la sociedad tener a sus escritores separados, con sus textos
empolvándose o guardados en un cajón, de nada sirve pensar que con llegar a un
cierto grupo de lectores hemos logrado nuestro objetivo. No. Por ello creo que
tenemos la obligación a seguir exigiéndonos diariamente, ser severos críticos
de nuestra escritura, escribir mucho, leer mucho, conocer nuestra historia,
conocer la historia de otras naciones, acercarnos a la filosofía, dejar de ser
tan crédulos: hay que madurar como escritores y pronto, porque la sociedad nos
lo exige sin hacerlo.
Hay que derribar las
barreras editoriales, cambiarles la cara, que se despierten a las obras de los
jóvenes mexicanos que tienen mucho qué decir con estilo, fondo y forma. Anhelo
el resurgimiento de la literatura latinoamericana: el nuevo Boom de la
literatura creo es posible y acaso, inminente. Debemos llegar a la mayor
cantidad de lectores posibles para que encuentren en las nuevas obras, el
terreno firme para levantarse y exigir, gritar, pedirle al gobierno el bien
hacer. Entonces sí seremos más los buenos, pero depende en parte de los
escritores, y de todas las expresiones artísticas. Hay, es absolutamente
necesario, que regresar a la critica, el mostrarle a la sociedad lo que es literatura
y lo que no. Porque también eso se ha degradado y es grave, pues caeríamos en
lo que han caído los delincuentes, en cosificar el arte: no tener alma.
Exijamos y fuerte
mientras tanto, a las autoridades el esclarecimiento de tantas desapariciones y
asesinatos. Hay que exigir el apoyo a las victimas que se han producido debido
a la creciente violencia que es producto de una lucha irracional por lo
material.
Pero para nosotros es
de vital importancia comprometernos con nuestra escritura, pues en ella radica
la voz que cambia a las sociedades, la historia lo comprueba.
Excelente, saludos desde argentina
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