Yuxtaponemos los caleidoscopios para ver y dejar que la alucinación trabaje. Se generan nuestras amancebadas efigies gozando tiempos de ayeres; estaciones de eterno verano: sol, marte, hierro fundido, llamas avivadas por los ósculos vehementes, abstractos, pintura de Picasso, furia de Goya; derramamiento de lascivia por las comisuras de nuestras bocas. Figuras artesanales los cuerpos poligonales: nosotros. Líneas transversales se acercan y alejan, los colores mudan su piel, ceguedad, ingenua visión de ojos añosos. Tu y yo, mujer; arruga perfecta, sabia caída de piel, fragancia matutina, cabello invernal, dedos trémulos, aférrate a los míos, sigamos viendo lo que ya fuimos, abrazados.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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