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Súplica

Es natural tener miedo ¿No lo crees…? Sí, después de todo quién se atrevería a tacharme de poco hombre al verme llorar aquí.
Es difícil asimilarlo, ¿sabes? Más cuando pienso en todo lo que puedo hacer todavía o podría hacer, más bien dicho, si no estuviese aquí metido con esta marca en la frente. Solo somos un número, dejamos de ser seres humanos. Al llegar aquí nos convertimos en cifras, digitos que caminan que poco o nada hablan. Apenas y hacemos ejercicio una hora diaria para desentumir los músculos, ya sabes. Comemos por esta maldita costumbre que tiene el cuerpo de pedir alimento para subsistir, y eso es lógico cuando vives, pero ¿aquí? Para qué comer si no vivimos. Mira, hace no mucho tiempo pedí un cuaderno y un lápiz, ya sabes, para distraerme, escribir algo o dibujar, que sé yo. A ver, ¿qué les costaba darme eso? He estado aquí por 8 años, mi conducta ha sido impecable; nunca le he faltado al respeto a nadie, precisamente para ganarme algo como un lápiz y un cuaderno, pero, bah, me lo negaron como tantas otras veces. Es duro, hombre, es realmente duro solo ver paredes blancas, vacías, donde el frio se posa y resbala hasta alcanzarme en este camastro pétreo. La noches son difíciles. Es complicado dormir, el sueño se desvanece al toque con mis retinas; duermo por ratos, sintiendo a la soledad carcomer mis huesos; recuerdos que se comen mis esperanzas de salir de este lugar. Ahí es cuando me arrepiento de lo que hice. Toda mi vida desapareció frente a mis ojos el día en que vi su sangre salir por su garganta. Perdí la cabeza, hombre, perdí la cabeza; no supe controlarme, y yo la amaba, la amaba tanto, pero es que en esos momentos cuando la ira se apodera de ti, dejas de ser tú, ¿me explico?, o sea pasas a ser como un autómata, como que te ponen en modo asesino, y entonces le corté el cuello con el cuchillo a mi amor; al amor de mi vida. Pero ¿sabes qué es lo peor? Ese día también asesiné a mi alma.
La vi morir mientras sostenia su cabeza evitando que quedara colgada hacia atras. Vi mi rostro ensangrentado frente al espejo, ya no me reconocí, perdí el brillo en mis ojos; arrojé el cuchillo al piso y me hinqué, la abracé, llamé a una ambulancia, quise reanimarla… Cuando la policía llegó no pude decir nada, no hablé en varios meses, rechacé mi derecho a tener un abogado, el jurado no tardó ni 5 minutos en encontrarme culpable. Cuando me dictaron sentencia el juez me miró y dijo: “Este tribunal lo condena a muerte; permanecerá en una prisión de máxima seguridad hasta la fecha de su ejecución”.

-¿Cuál será su última petición?- Preguntó el reportero que veía al condenado a través de un cristal.

-Mi petición, antes de que la aguja se clave en mi brazo, será a Dios. Suplicándole que me permita ir al paraíso donde esta ella, tan sólo unos minutos, para pedirle perdón y entonces poder vagar en paz, en las profundidades de la oscuridad.

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