Dejemos
que la muerte sea así, como una sábana blanca que cae lenta sobre nuestro
cuerpo.
No
hay que sufrir el antes, al presentirla.
Dejarse
al toque con la muerte, a ese pavimento que se extiende lejos, y luego al golpe
que asusta a los que no entienden nada.
Impacto que anula esa muerte, se hace espacio y silencio y entonces todo parece estar tan bien, entonces sentimos que la muerte nos habla —y apenas entendemos alguna cosa.
Dice
que no hay que temerle, que éramos nosotros —siempre fuimos nosotros los que la
habitábamos como si estuviese viva, pero ya no importa.
Y
entonces
Dejarse
como sobre el agua —así de apacible y de única.
Dejarse
a la pérdida que solo le duele a los que se quedan creyendo en la muerte —y
ellos se parecen tanto a nosotros.
Dejarse
a esa ausencia que perciben los que creen en el sueño —en esa decadencia
vívida, en esa vida que creen saborear y disfrutar los verdaderos muertos.
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