Hago
de la búsqueda mi destino, encima de tantos cielos, camino de puntitas para no
despertarme.
A
lo lejos algo vislumbro y ya traigo el temor de máscara. Quieto. Alguien pinta,
lanza trazos sobre el lienzo; me acerco, pero con cautela. “Quién eres”,
pregunté con tono amarillo, voz preventiva. “Quién eres”. No contesta. Él sigue
con lo que ahora veo es un retrato de un hombre pálido, con el rostro estirado
hacia abajo, la boca entreabierta y ladeada y los ojos perdidos en la infinitud.
Toco el hombro del que pinta: no reacciona. Nervioso me pongo a su lado y lo
miro: allí estoy, reflejado en sus ojos lechosos: infancia, juventud, adultez,
vejez, todo mezclado en un latigazo y regreso, con el sudor deslavándome, al lienzo
para verme, completamente seco de angustia, azorado por mi muerte.
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